miércoles, 7 de agosto de 2013

Cuando un sobrino está por nacer.....no cabe más que escribir acerca de él.


LA VOZ

Toc, toc, toca y toca, -quiero salir-, grita -nadie me escucha, por más que trato no puedo salir-  piensa el pequeño ser humano que hace meses escucha sonidos desde adentro y lo único que desea es saber  de quién es esa dulce voz que retumba como un eco.

Ya no cabe en ese espacio, ha crecido tanto que, por más que se estira debe encogerse. Recuerda cuando hace unas semanas atrás podía jugar a sus anchas. Hoy le cuesta incluso dormir.

Parece que la suave voz está nerviosa, lo siente, no sabe cómo, pero puede percibir lo que ella piensa. Es extraño, es como si la conociera de siempre, incluso necesita escucharla diariamente, pero la verdad, no la conoce. Ha estado sólo desde que tiene recuerdos, no sabe quién es, parece que se llama Gaspar, por lo menos es el nombre con que lo llama “la voz”.

Hoy se siente raro, como que está más  apretado, como que el espacio en el que está quiere expulsarlo. El piensa que por un lado se siente muy seguro ahí, pero por otro, necesita urgentemente  estar cerca de la dulce y suave mano que percibe acaricia las paredes  de su encierro.
Ya está…..es la hora, pensó. Cerró sus pequeños ojos y se dejó llevar por el impulso que, como si fuera un pez en el rio, lo llevó fuera de aquel lugar donde ocurrió el milagro.
Hace frio! Gritó al sentir que su piel tocaba el exterior.  Asustado y sin querer abrir sus hinchados ojos lloró fuerte, sin importar nada, pensando sólo en escuchar la voz que tanto anhelaba conocer.
 
Cuando pensaba que todo era un fraude y que estaba sólo en ese extraño y frio lugar, de pronto, sintió el característico sonido que tanto esperaba , al mismo tiempo una suave piel, y un conocido aroma lo cobijaban dulcemente, entregándole la paz y seguridad. Fue en ese momento que supo que había nacido con la misión de recibir y entregar amor a ese ser que,  en el fondo de su pequeñito corazón, sabia lo acompañaría para siempre.
 

 

Cuándo saldrás?, se preguntaba la mujer mientras acariciaba su vientre de nueve meses de embarazo, que con tanto cariño había visto crecer poco a poco.

Quiero conocerte, decía en voz alta, con la esperanza de que la escuchara y reconociera al salir del apretado encierro en que se encontraba.

Ella había tratado de darle lo mejor durante la dulce espera, comió sano, le conversó diariamente, trató de estar tranquila y feliz, para que creciera sano y contento en su interior.

Quiero verlo, pensaba, ¿cómo será?, se preguntaba todos los días y sacaba conclusiones examinando sus rasgos y los de su marido con minuciosidad.

Ansiosa, los últimos días ya no podía estar tranquila. Respiraba profundo, caminaba mucho e intentaba estar ocupada todo el día para bajar la intensidad de sus ganas de tenerlo por fin en los brazos.
 
De pronto, en la noche, lo sintió y de inmediato supo que era la hora. Miró a su esposo y con una enorme sonrisa le dijo que la espera llegaba a su fin. El resto fue un torbellino. Carreras, bolsos, camilla, respiraciones, enfermeras, doctores y en un segundo…..puff, salió.

El agotamiento del parto no fue obstáculo para desear abrazarlo de inmediato, luego de los exámenes de rutina y sintiendo los llantos del pequeño hombrecito que le cambiaría la vida para siempre, por fin, después de tanto tiempo,  lo tuvo en sus brazos. Sintió como el corazón de ambos se apaciguaba y supo, en el fondo de gran corazón, que de ahora en adelante, su principal misión en la vida, era ser la mamá de esa pequeña criatura.
María Angélica Pinochet
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