AVENTURA ENTRE
PIÑONES
Rayen, es mapuche y vive en una comunidad en la cordillera. Es
hermana de la lluvia, de los ríos y del viento. Es parte de la Gente de la
Tierra.
La araucarias son enormes- le dijo a su papá, mientras
recogían la cosecha de piñones que la madre tierra regala año a año. Sí, le
respondió, son un regalo y debemos cuidarlas. Ella pensó que le gustaría subir
hasta la punta del árbol más alto, desde ahí se debía ver la casa de Nahuel, su
primo preferido, de esos que son como hermanos, y que vive al otro lado del
valle. Estaba pensando en eso, cuando escuchó a su madre que la llamaba, acto
seguido, su perro, el Gueñi, levantó las orejas y juntos fueron corriendo a la
ruca, que es la casa donde viven los mapuche; allí mamá los esperaba con sopaipillas y mate.
Piñones: Fruto de la Araucaria, árbol muy, pero muy
alto que crece en el sur, en la Cordillera de los Andes.
Sopaipillas: Masa de harina, levadura, sal, manteca y
agua que se fríe en aceite, son redonditas y tienen un hoyito al medio.
Iremos al pueblo -le dijo mamá- y sus palabras fueron
como un trueno que resonó en los oídos de Rayén. A ella no le gustaba salir de casa, era tan
distinto el mundo de la ciudad, se sentía invisible cuando estaba en el
cemento. A veces, cuando viajaba, jugaba a que nadie la veía, la gente pasaba y
no la miraba, era algo así como que no existiera; mamá le decía que la mayoría
de los adultos son así, que se olvidan que fueron niños.
Se puso la ropa de salir, cosa que le agradaba, sin
embargo, había un grave problema con los zapatos, sus pies no estaban acostumbrados
a andar apretados, según Rayen, sus piecitos, al igual que ella, preferían andar
descalzos por el bosque.
Antes de partir, llegó Nahuel y el corazón de la
pequeña saltó de alegría. A él tampoco le gustaba ir a la ciudad, por eso
miraba enfadado. Antes de subir, El niño
se acercó al oído de su prima y le dijo -Vamos caminando detrás del grupo y nos
escondemos en el bosque antes de salir. Rayén estaba indecisa, por un lado
sabía que esa idea le traería un enorme castigo, pero Nehuen era su primo mayor
y si no obedecía también le traería problemas.
Tal como lo planearon, en cuanto vieron llegar el bus
que los llevaría a la ciudad, salieron corriendo al bosque con toda la rapidez
que sus pequeñas piernas se lo permitían y sus madres, al ir entretenidas
conversando, no se percataron que los niños no habían subido al bus.
Corrieron de la mano por muchos minutos, sus corazones palpitaban muy fuerte; por primera vez estaban
haciendo algo, que sabían, no era correcto.
Luego de mucho rato se detuvieron, sólo se escuchaba
el sonido del río y de las hojas que se mecían con el viento. El olor a humedad
de bosque entraba por sus narices sin que nadie lo invitara y la sensación de
libertad absoluta recorrió sus cuerpos, haciéndolos sentir felices por un
segundo. Se miraron fijamente y Nahuel, con una enorme sonrisa, hizo que el corazón de Rayén se sintiera tranquilo.
Qué hacemos ahora, le preguntó la pequeña a su primo. Él se encogió de hombros y respondió –hace
calor vamos al rio. Al tirarse al agua, Rayén sintió el agua refrescante en su piel.
Luego de jugar, se tendieron al sol para secar sus cuerpos y mientras masticaban
una ramita de pasto, la niña pensó en su madre y la intranquilidad volvió a su corazón.
Quiero volver a casa – dijo fuerte y seria, para que todos los habitantes del
bosque escucharan.
Comenzaron a caminar, pero al avanzar, el bosque dejó
de ser familiar, avanzaron y nada parecía conocido. Nahuel cantaba, quizás para
tranquilizar a la niña, pero ella, sin hablar, pensaba sólo en llegar.
Pasaron las horas y comenzó a oscurecer, la señora
luna se asomó como un gran queso amarillo, de esos que hace la Ñaña y al pensar
en eso, el hambre se apoderó de su pequeño, pero vacío estómago. Rayén trató de
convencerlo de que la comida no era necesaria, pero el muy porfiado no hizo
caso y refunfuñaba sin parar. Fue entonces que, sin saber cómo, las lágrimas
salieron de los ojos de la pequeña. Nahuel,
que iba a su lado, paró y la abrazó. Sin pensarlo, su corazón se aquietó y las
lágrimas pararon.
Ñaña: Así se le les dice a las abuelitas mapuche.
Siguieron su camino, cuando de pronto escucharon una
voz que gritaba sus nombres a los lejos, era el papá de Rayen que los buscaba.
Corrieron hacia la voz y vieron luces al final del quilanto de adelante -¡por
allá!, gritó Nehuen, que en el fondo estaba tan asustado como su pequeña prima,
la cual sonrió al llegar frente a su papá. Lo abrazó tan fuerte que creo, por
lo rojo que se puso, le faltó el aire. Luego, y pensando que si se soltaba, él
la reprendería, sólo escuchó una voz profunda y grave que dijo –jamás vuelvas a
hacerlo.
Quilanto: Grupo de Quilas (Bambú chileno), que crecen muy
apretaditas, unas al lado de las otras.
Cuando llegaron, por fin, a la ruca, sus madres y
hermanos los recibieron con abrazos y sonrisas. Comieron como si no lo hubiesen
hecho en semanas y sus estómagos lo agradecieron infinitamente. Rayén estaba
feliz y pronto sus ojos comenzaron a pedir descanso, ella sabía cuándo querían
dormir, se ponían pesados y porfiados, ya que no podía tenerlos abiertos;
luego, mientras estaba acurrucada en los
brazos de su madre, escuchó su dulce voz que le decía –te amo. Una vez dormida,
la pequeña soñó con un rio y con Nehuen corriendo por el bosque.
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