viernes, 24 de mayo de 2013

Rayén, es una pequeña mapuche, que por primera vez hará algo que está prohibido y vivirá una aventura que recordará para siempre.


AVENTURA ENTRE PIÑONES

                Rayen, es mapuche y  vive en una comunidad en la cordillera. Es hermana de la lluvia, de los ríos y del viento. Es parte de la Gente de la Tierra.

La araucarias son enormes- le dijo a su papá, mientras recogían la cosecha de piñones que la madre tierra regala año a año. Sí, le respondió, son un regalo y debemos cuidarlas. Ella pensó que le gustaría subir hasta la punta del árbol más alto, desde ahí se debía ver la casa de Nahuel, su primo preferido, de esos que son como hermanos, y que vive al otro lado del valle. Estaba pensando en eso, cuando escuchó a su madre que la llamaba, acto seguido, su perro, el Gueñi, levantó las orejas y juntos fueron corriendo a la ruca, que es la casa donde viven los mapuche; allí  mamá los esperaba con sopaipillas y mate.

Piñones: Fruto de la Araucaria, árbol muy, pero muy alto que crece en el sur, en la Cordillera de los Andes.

Sopaipillas: Masa de harina, levadura, sal, manteca y agua que se fríe en aceite, son redonditas y tienen un hoyito al medio.

Iremos al pueblo -le dijo mamá- y sus palabras fueron como un trueno que resonó en los oídos de Rayén.  A ella no le gustaba salir de casa, era tan distinto el mundo de la ciudad, se sentía invisible cuando estaba en el cemento. A veces, cuando viajaba, jugaba a que nadie la veía, la gente pasaba y no la miraba, era algo así como que no existiera; mamá le decía que la mayoría de los adultos son así, que se olvidan que fueron niños.

Se puso la ropa de salir, cosa que le agradaba, sin embargo, había un grave problema con los zapatos, sus pies no estaban acostumbrados a andar apretados, según Rayen, sus piecitos, al igual que ella, preferían andar descalzos por el bosque.  


Antes de partir, llegó Nahuel y el corazón de la pequeña saltó de alegría. A él tampoco le gustaba ir a la ciudad, por eso miraba enfadado. Antes de subir,  El niño se acercó al oído de su prima y le dijo -Vamos caminando detrás del grupo y nos escondemos en el bosque antes de salir. Rayén estaba indecisa, por un lado sabía que esa idea le traería un enorme castigo, pero Nehuen era su primo mayor y si no obedecía también le traería problemas.

Tal como lo planearon, en cuanto vieron llegar el bus que los llevaría a la ciudad, salieron corriendo al bosque con toda la rapidez que sus pequeñas piernas se lo permitían y sus madres, al ir entretenidas conversando, no se percataron que los niños no habían subido al bus.

Corrieron de la mano por muchos minutos,  sus corazones  palpitaban muy fuerte; por primera vez estaban haciendo algo, que sabían, no era correcto.

Luego de mucho rato se detuvieron, sólo se escuchaba el sonido del río y de las hojas que se mecían con el viento. El olor a humedad de bosque entraba por sus narices sin que nadie lo invitara y la sensación de libertad absoluta recorrió sus cuerpos, haciéndolos sentir felices por un segundo. Se miraron fijamente y Nahuel, con una enorme sonrisa,  hizo que el corazón de Rayén se sintiera tranquilo.

Qué hacemos ahora, le preguntó la pequeña a su primo.  Él se encogió de hombros y respondió –hace calor vamos al rio.  Al tirarse al agua,  Rayén sintió el agua refrescante en su piel. Luego de jugar, se tendieron al sol para secar sus cuerpos y mientras masticaban una ramita de pasto, la niña pensó en su madre y la intranquilidad volvió a su corazón. Quiero volver a casa – dijo fuerte y seria, para que todos los habitantes del bosque escucharan.

Comenzaron a caminar, pero al avanzar, el bosque dejó de ser familiar, avanzaron y nada parecía conocido. Nahuel cantaba, quizás para tranquilizar a la niña, pero ella, sin hablar, pensaba sólo en llegar.

Pasaron las horas y comenzó a oscurecer, la señora luna se asomó como un gran queso amarillo, de esos que hace la Ñaña y al pensar en eso, el hambre se apoderó de su pequeño, pero vacío estómago. Rayén trató de convencerlo de que la comida no era necesaria, pero el muy porfiado no hizo caso y refunfuñaba sin parar. Fue entonces que, sin saber cómo, las lágrimas salieron de los ojos de la pequeña.  Nahuel, que iba a su lado, paró y la abrazó. Sin pensarlo, su corazón se aquietó y las lágrimas pararon.

Ñaña: Así se le les dice a las abuelitas mapuche.

Siguieron su camino, cuando de pronto escucharon una voz que gritaba sus nombres a los lejos, era el papá de Rayen que los buscaba. Corrieron hacia la voz y vieron luces al final del quilanto de adelante -¡por allá!, gritó Nehuen, que en el fondo estaba tan asustado como su pequeña prima, la cual sonrió al llegar frente a su papá. Lo abrazó tan fuerte que creo, por lo rojo que se puso, le faltó el aire. Luego, y pensando que si se soltaba, él la reprendería, sólo escuchó una voz profunda y grave que dijo –jamás vuelvas a hacerlo.

Quilanto: Grupo de Quilas (Bambú chileno), que crecen muy apretaditas, unas al lado de las otras.

Cuando llegaron, por fin, a la ruca, sus madres y hermanos los recibieron con abrazos y sonrisas. Comieron como si no lo hubiesen hecho en semanas y sus estómagos lo agradecieron infinitamente. Rayén estaba feliz y pronto sus ojos comenzaron a pedir descanso, ella sabía cuándo querían dormir, se ponían pesados y porfiados, ya que no podía tenerlos abiertos; luego, mientras estaba  acurrucada en los brazos de su madre, escuchó su dulce voz que le decía –te amo. Una vez dormida, la pequeña soñó con un rio y con Nehuen corriendo por el bosque.

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